El aula
DÍA 1 – El aula
Entré al aula como si nunca hubiera estado ahí. Me sorprendió lo blanca que es la luz, casi demasiado perfecta para un lugar tan lleno de historias. Las paredes están marcadas por años de papel aferrado con cinta, restos de carteles que dejaron su sombra. Las sillas están desordenadas, como si acabaran de tener una discusión. Hay una mochila olvidada contra la pared, silenciosa, como esperando que alguien la reclame. El pizarrón tiene apenas una línea de tiza: “Unidad 3 – Economía y Sociedad”. Pero lo que más me llamó la atención fue el silencio. Un silencio pesado, como si el aula contuviera todas las palabras que se dijeron en voz baja durante las clases.
DÍA 2 – El aula al mediodía
Hoy entré cuando el sol estaba en lo más alto. La luz se colaba por las ventanas como un invitado entrometido, iluminando el polvo que flotaba en el aire. Las sillas chirriaban bajo el peso de los cuerpos cansados, y había olor a vianda, a tuppers recién abiertos y conversaciones a media voz. Una compañera se reía fuerte, y esa risa rebotaba en las paredes, dándole vida a todo. Me detuve a mirar los pupitres: cada uno con marcas, garabatos, iniciales que alguien quiso dejar para siempre. El aula no era un lugar, era una memoria compartida.
DÍA 3 – El aula vacía, al final del día
La encontré en silencio, como si respirara después de un largo día. Las sillas estaban más desordenadas que nunca, algunas mirando hacia la puerta como si quisieran salir. En el pizarrón aún quedaban restos de tiza, y el eco de voces pasadas parecía colgar del techo. El aula parecía más grande sin nosotros dentro. Me acerqué a una ventana: la luz era tenue, casi triste. Sentí que el aula descansaba, como si también necesitara una pausa del mundo.
DÍA 4 – El aula en plena clase
Ruido de hojas, susurros, bostezos que nadie esconde. La profe habla, pero su voz se mezcla con el tic-tac del reloj. Algunos miran al frente, otros pierden la mirada por la ventana. En una esquina, alguien dibuja algo en su cuaderno que no tiene nada que ver con la materia. La energía es rara: mezcla de obligación y rutina. Pero también hay algo mágico en eso, como si estuviéramos todos conectados por la simpleza de estar aprendiendo, aunque no siempre lo notemos.
DÍA 5 – El aula bajo la lluvia
Hoy llegué corriendo, con el ruido de la lluvia golpeando fuerte el techo. El aula estaba más oscura, con el cielo gris colándose por las ventanas empañadas. Los abrigos mojados colgaban de las sillas, y el aire olía a humedad, papel mojado y perfume dulce. Afuera todo se movía lento, pero adentro el murmullo era cálido, casi hogareño. Sentí que el aula nos resguardaba, como si por un rato no existiera más que ese pequeño mundo con paredes escritas y risas cómplices
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