La sombra de la ventana
La lluvia golpeaba contra la ventana de cristal, haciendo que las gotas se deslizasen en un vaivén constante. Estaba sentada en el sillón de la vieja sala, observando cómo el mundo se desvanecía detrás de ese vidrio empañado. Los autos pasaban a gran velocidad por la calle, sin importar que la tormenta los envolviera. La ciudad parecía seguir su curso, mientras yo me encontraba atrapada en una burbuja de silencio, rodeada de recuerdos.
Me levanté lentamente, los pasos resonaron en la vereda mojada. Al salir, la humedad me envolvió al instante, pero algo en el aire me hizo sentir una extraña sensación de calma. Frente a mí, el pedestal del jardín se mantenía intacto, sosteniendo una estatua que siempre había sido parte del paisaje de mi infancia. En su base, la inscripción estaba casi borrada por los años, pero aún podía leer “Eterna memoria”.
Mientras me acercaba, una melodía comenzó a fluir en mi mente, como un eco lejano. La guitarra sonaba suave en mi memoria, tocada por alguien que no podía ver, pero cuya presencia sentía tan cerca como si estuviera allí mismo. Algo en la melodía me hacía recordar esos días en los que, cuando era pequeña, me sentaba en el suelo y tocaba mi guitarra en el rincón del salón. Mis dedos rozaban las cuerdas, y aunque no era una experta, el sonido me transportaba a otro lugar.
De repente, sentí una brisa en el aire, y algo movió mi pelo. No era una brisa natural; algo en ella me heló los huesos. Miré hacia el pedestal una vez más y, por un instante, creí ver una sombra al lado de la estatua. El aire se volvió denso y pesado, y el eco de la guitarra se desvaneció como si fuera un susurro perdido en el viento.
Sin pensarlo, di un paso atrás, mi mente gritando que algo no estaba bien. Pero al girarme para entrar a la casa, una figura apareció en la ventana de cristal. Me detuve, mis ojos se encontraron con los de la sombra reflejada. La imagen era borrosa, pero había algo familiar en ella, algo que me hizo temblar. El sonido de la guitarra volvió, más fuerte ahora, y supe que no podía escapar.
La sombra se acercó, y la melodía parecía envolverme, volviendo cada vez más nítida, más real. Entonces, comprendí. No estaba sola. La estatua, el pedestal, la guitarra, todo había sido una señal, un eco del pasado que ahora venía por mí.
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